Después del invierno

Soy un oso salvaje que pasa la mayor parte del tiempo en plena naturaleza. No me gusta la ciudad, y solo me acerto si huele a algo demasiado rico como para dejarlo escapar.

Vivo oxigenado, como dirían los que se esconden en los miradores pensando que no los veo. Es una suerte haber nacido en estos bosques. Lo mejor es poder despertar con el canto entrelazado de cientos de pájaros que, después del invierno, empiezan sin saberlo a buscar pareja. Lo siguiente mejor es bajar al río y meterse bien adentro a ganarse los salmones. Allí me encuentro con mi madre y mi hermana. Al principio ibamos juntos a todas partes, pero el año pasado empezamos a ir por libre. Sobre todo porque yo no pintaba mucho con todos esos pesados pretendientes cerca. En el río, todos se quedan pegados a la orilla. Esto tiene alguna ventaja, como que te mojas menos. Lo malo, es que el agua corre menos ahí, y los salmones que remontan en esas zonas son raquíticos. Los mejores son los del medio, los que tiene carne bien roja y tanta grasa como para remontar el río seis o siete veces si quisieran. Mis amigos me jalean desde el borde cuando ven subir alguno de los grandes. Mi hermana a veces se sube a un árbol para indicarme mejor dónde debería situarme. Mi madre solo observa, callada, con los ojos siempre vidriosos.


Cuando pesco uno de los grandes, todos gritan de alegría. También los del otro lado del río, esa especie de osos de las ciudades que creen camuflarse para disparar sus fotos. Me encanta posar para ellos con un buen salmón entre los dientes.

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Antonia y los agregadores

Me ha tocado en medio, pero busco el hueco para mis brazos y empiezo el libro con deseo. Juan Gómez jurado y su último Loba me acompañarán a Barcelona. Desde la tierra de Soutiño. Al menos, esa era la idea.
Por desgracia me ha tocado un chico tablet al lado. Tendrá mi edad pero su apéndice parece mejor y a simple vista tiene más pulgadas. Es tan dinámico que mi dispositivo estático no puede competir. Quizás en la segunda parte. No soy yo un distraído de la vida pero esto es biología pura. La alerta ante el cambio.

Entra en la aplicación de bolsa y ve un par de gráficas para decidir en que meter su dinero. Conecta con fb, después inicia un capitulo en esa plataforma de la que usted me habla, 60 segundos y vuelta al menú. Un poquito de scroll left, scroll right para ver que logos tienen sus app. Vamos a YT, premium, por supuesto. Un resumen de la NBA mientras escrolea en IG con el móvil. Volvemos a NF para centrarnos bien, los dos, en el episodio de algo de cientificos, genética y no se qué. Lo ve pulsando el icono de avance de 10s. Le da cada 5s así que igual se ve la temporada entera antes de aterrizar. Debe ser el nuevo Stephen Hawkins. Pura asimilación. Volvemos a fb para hacer, esta vez, scroll down…and then up. Scrol, scroll, scroll. Scam, scam, scam. Por si ha cambiado algo. Su baile ya me ha sacado de la novela. Él es inmune al mío. Menuda momia pensará él.

De fondo, entre los avisos de vueling, que ya los tengo filtrados, se escucha una musiquilla, vomitiva, de alguien que juega a encadenar palabras creo. Ojalá fuese eso, porque también podría ser un bingo, o un reventador de bolas. Las mías seguro. Menudo volumen.

Cuando ya empiezo a ser capaz de filtrar al caníbal de los agregadores de contendo, mi cerebro empieza a enfocar al bokeh y se encuentra un tío salseando sus selfies. Y haciendose más. ¿Seguro que no ha ido antes en avión?
Son las 7 de la mañana y suenan campanas y estrellas. Aunque, ahora que lo pienso, no sé siquiera como suenan las estrellas, así que deben ser jackpots.

Mientras mejoro mis filtros pienso: ojalá fuese como Antonia.

La Transfiguración (#historiasdesuperación)

Todo comenzó hace un año con un balbuceo. Lo tengo grabado: “Ya tengo el borrador de una cosa que he sscrito a a fer que osss…” y a continuación silencio, quizás otro intento más, lágrimas, y tras los tranquilízate y los qué te pasa nos fuimos directos al hospital. Había vuelto a casa tras varios años de aventuras por Italia y de regalo de bienvenida un ictus isquémico. Así es la naturaleza: deportista y bien alimentada pero poseedora de genes egoístas que por sus putos errores joden a uno y al resto. Resulta que el cáncer también tiene efecto protrombótico. A buenas horas.

Por el camino intento decir que mis oídos arden y que no puedo moverme, pero nadie me entiende. Me tienen que abrir.

Me despierto y no despierto. No abro los ojos pero reconozco las caras. Os oigo pero no os entiendo. Huelo a mi familia, literalmente, pues de alguna forma ahora todo lo percibo por la nariz, a pesar del respirador mecánico. El resto de mi cuerpo es exactamente eso: un resto. Pero mis padres lo quieren y lo cuidan. Yo, sin embargo, desde que me doy cuenta de que estoy viva empiezo a detestar la idea. Huelo la casa pero no cuanto tiempo ha pasado.

Abro los ojos y empiezo a reconocerlo todo, hasta que me clavo en el calendario de la pared. Mi padre empieza a gritar por mi madre y mientras llega a la cama ya ha roto un vaso y arrancado de cuajo el teléfono. Quiero preguntar, pero solo se me caen babas por la comisura. Lloran de alegría, que ironía. Me alegro de verlos pero, no sé si de forma egoísta o no, desearía que fuese la última vez y cuanto antes. En la mesa de al lado hay algunos ramos y un peluche de una patata y se me rompe el corazón. Venir desde tan lejos para ver esto.

Siempre lo dije: no me dejéis así. Ni caso. Paradójicamente decidieron entre todos que esperarían a que despertara para cumplir mi pesadilla. “Las cosas estas van con calma y tenemos que estar seguros”. Me explicaron las opciones y las posibilidades, imaginándose ellos que yo entendería algo. Mi padre, sereno, se repitió una y otra vez mientras me enseñaba papeles. Aprendí a responder con los ojos. Si los movía una micra hacia la izquierda quería decir sí.

– Si has entendido di sí con los ojos… – ojos. Y así cientos.

En realidad yo solo quería dejar claro que podía contestar. Ellos, con su alegría, empezaron a olvidar el objetivo de todo aquello. Yo no tenía miedo, pero ellos…estaban aterrados. Los días alegres fueron pasando y vieron que yo no respondía a una sola de sus preguntas. Entonces alguien llamó por teléfono y mi corazón se aceleró tanto como cuando viajaba sin casco en su Vespa.

– Ni se te ocurra volver por aquí – es lo que dijo mi madre, o algo así.

Hijo de, a pesar de todo, contigo estará siempre mi corazón. Y mi madre lo sabía. Gracias a aquella llamada, esa misma noche, mi padre a la izquierda y mi madre a la derecha decidimos. Decidí. Izquierda, izquierda, izquierda…

Y yo ya no sé mama si el corazón que late es el tuyo o es el mío. Seguiré quitándome el lastre en forma de perdones no pedidos, para así poder apagarme tranquila, poco a poco y no dejándome a nadie. Recordándoos a todos. Te echaremos de menos. Te echo de menos. Ya ha pasado un año y hoy tus cenizas se van de viaje. La carta es sólo cosa mía. Seguiremos adelante y sobre todo, conseguiremos que dejes otro pedacito de ti en este mundo.

Todas estas palabras ya no existen ni han existido nunca. Solo ha sido un ejercicio de sanación de una herida que va cicatrizando lentamente. Ay Silvia, ya le gustaría a muchos dejar tanto tiempo sin abrir un regalo tan doloroso y a la vez, conociéndote, tan motivador como este. Creo que te gustaría saber que hoy, hemos reído. Ojalá pudieras estar conmigo para abrir tu maleta y que me riñeras porque meto las manos en tus cosas. Ojalá pudieras reñirme otra vez.